A tenor del libro “En tierra extraña” y las investigaciones de Carlos Canales y Miguel del Rey, recientemente han adquirido gran fama los sucesos conocidos como los Combates de Cagayán, que se produjeron en la isla filipina de Luzón, 1582. Éste hecho de armas, relativo a un combate entre occidentales (españoles) y japoneses, circula (como suele pasar en éstos casos) de forma cíclica por las redes sociales y aún ha tenido su hueco en artículos on-line de periódicos de renombre.
No es mi intención restar importancia a éste suceso, si no más bien, situarlo dentro de una cronología y de un periodo histórico determinado. ¿Fueron los combates de Cagayán el único enfrentamiento directo entre europeos y japoneses antes del inicio de la política del “sakoku” y el aislacionismo voluntario de Japón por más de dos siglos? Definitivamente, no. ¿Fue quizá el único combate entre españoles y japoneses durante éste periodo del siglo XVI y XVII? Tampoco.
Los primeros enfrentamientos
De sobra es conocido el hecho de que fueron los portugueses los primeros europeos en navegar y colonizar las aguas del Lejano Oriente. Uno de los primeros contactos entre portugueses y japoneses se produjo en torno a 1542, cuando de forma accidental arribaron a las costas de la isla de Tanegashima. Los japoneses se mostraron muy interesados en los arcabuces portugueses, que compraron primero y luego comenzaron a fabricar ellos mismos bajo ese mismo nombre, “tanegashima”. Para la década de 1580, el uso de éstas armas de fuego cambiará el panorama bélico de un Japón sumido en guerras señoriales.
Fernao de Souza, la “primera escaramuza”
Durante los intercambios comerciales que solían producirse en la isla de Hirado, en 1561 el capitán Fernao de Suoza y catorce de sus hombres perecieron en una escaramuza contra los japoneses. Ese año, cinco naves portuguesas estaban comerciando en Japón. Una de ellas, mandada por Afonso Vaez, recaló en un puerto de Akune, donde éste capitán encontraría la muerte a manos de samurais del daimyo local.
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Una carraca portuguesa inmortalizada por los observadores japoneses. Debido al calafate que usaban las naves europeas, los japoneses las conocían como "naves negras". Éstas carracas podían cargar muchas toneladas de mercancías, y se convirtieron en una pieza clave en los intercambios comerciales entre Portugal y Asia. |
Abordajes en Fukuda, 1565
Don Joao Pereira llegó en 1565 a las inmediaciones de Nagasaki al mando de una carraca y un pequeño galeón, que además de las habituales mercancías, transportaba a numerosos mercaderes chinos. Recalaron en la bahía de Fukuda, pero se demoraron en llegar a Hirado a causa de la aprehensión que sentían por la matanza de sus quince compañeros cuatro años antes. La negociación con los padres jesuitas no produjo el fruto deseado e, impaciente, el daimyo Omura Sumitada mandó una fuerza de ochenta embarcaciones con unos pocos cientos de samurai, con la orden de sorprender a los portugueses.
Les sorprendieron, si, pues a pesar de las advertencias de los jesuitas en Hirado, el ataque pilló a los portugueses con mucha gente en tierra desembarcando material. Al rallar el alba, los samurai consiguieron acercarse a la carraca portuguesa, abordándola por la popa. Pillaron a los lusos con la guardia baja, e incluso pudieron llevarse el escritorio del capitán, y otras riquezas de su camarote.
Alertados finalmente, los portugueses contraatacaron, expulsando a los samurai de su barco. Hicieron luego fuego cruzado ambos navíos sobre las embarcaciones japonesas, provocando una gran carnicería sobre las cubiertas atestadas de guerreros. Los japoneses tuvieron setenta muertos y más de doscientos heridos. Los jesuitas celebraron ésta particular victoria, dejando constancia de que “Los japoneses solo nos conocían como mercaderes, y no nos tenían, en consecuencia, en más estima que a los chinos”.
Otros combates menores y la política del desarme
Al parecer, se conservan en el archivo de la Torre do Pombo una serie de documentos que dan fe de que las escaramuzas entre los marinos portugueses y los guardias y samurai en la zona de Nagasaki (éstos si, 100% confirmados como tales). El resultado de las mismas fue dispar, aunque durante unos años, pareció que los portugueses tenían las de ganar, pues salieron airosos de muchos de éstos enfrentamientos.
El móvil solía ser casi siempre el mismo. Se trataba de actos de venganza por la muerte de algún portugués durante los desembarcos o intercambios comerciales. Como el intercambio era provechoso para ambas partes, se optó por prohibir a los portugueses y comerciantes extranjeros bajar a tierra armados. Para su protección, los poderes locales dispusieron guardias para éstos mercaderes. Finalmente, se irían restringiendo los intercambios con el conocido sistema del puerto único, que en un primer momento sería el Nagasaki cedido “a perpetuidad” a la compañía de Jesús.
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Sello conmemorativo del 450 aniversario de la llegada de los portugueses a Japón. En éste timbre se hace referencia a la introducción de los primeros arcabuces "tanegashima" en Japón. |
El ataque de “Limahon” a Manila, 1574
Uno de los mayores ataques de los piratas wako a los intereses occidentales en Asia fue, sin duda alguna, el gran ataque a Manila de 1574. Bien comentado y conocido por la historiografía española, el enfrentamiento es, sin embargo, menos comentado a día de hoy que los combates en Cagayán, aunque se produjo a una escala mucho mayor (y, de hecho, estuvo a punto de terminar con la reciente presencia española en las Filipinas).
Lin Feng era un pirata wako con una tripulación mixta de guerreros asiáticos, entre los que se contaba una fuerza japonesa al mando de su lugarteniente, un japonés que las crónicas españolas llaman “Sioco”. A causa de sus frecuentes ataques a los intereses comerciales y costas de China, la armada imperial había puesto precio a su cabeza.
En 1574, dirigió sus miras a una presa que creía fácil: el asentamiento español en Manila. Las Filipinas, que se habían convertido en un punto de intercambio fundamental entre Asia, Europa y América (a través del galeón de Manila), y que durante éstas décadas llegaría a eclipsar la riqueza y el provecho labrado por los portugueses en éstas latitudes. El premio era, pues, sustancioso.
Gobernaba la isla un compañero de Legazpi, Guido de Lavezares, que la defendía con una exigua fuerza de quinientos españoles repartidos por todo el archipiélago, y solo 150 de ellos defendiendo Manila, donde acababa de construirse un fuerte provisional hecho de madera. La tropa estaba al mando del vasco Martín de Goyti, en calidad de maestre de campo.
Ling Feng llegó a las costas filipinas con una armada compuesta por más de 62 buques, en la que embarcaban 3.000 hombres dispuestos a conquistar rápidamente el asentamiento. Llegaron, por error, a una localidad costera de la isla (Parañaque), y sus habitantes acudieron a Manila para alertar al gobernador, que creyó que se trataba de un ataque de “moros boyernes”. Lavezares hizo caso omiso a la advertencia, y las fuerzas de piratas wako llegaron a la ciudad.
Al mando de Sioco, una avanzadilla de 200 piratas entró en el asentamiento español como una fuerza compacta provista de armas de fuego y enhastadas, que sorprendió a los españoles por su cohesión y disciplina. Los españoles trataron de defender las calles de Manila, pero el número del enemigo parecía irresistible. Lucía del Corral, esposa del maestre de campo Martín de Goyti, increpó a los piratas desde el balcón de su casa, provocando su ira. Entraron en tropel en la misma, dando muerte a las mujeres, y entre ellas a doña Lucía, que al negarse a entregar su collar, fue degollada. Martín de Goyti, viendo que los piratas wako entraban en su propia casa, saltó desde la ventana de una casa vecina, muriendo casi al instante traspasado por sus lanzas.
Al mando del capitán Alonso Velázquez, una pequeña fuerza de socorro rescató a los españoles que pudo, que se atrincheraron en el fuerte. Viendo que la resistencia se organizaba, Sioco se replegó con sus hombres de nuevo hacia las embarcaciones de Ling Feng. Mientras, el gobernador Lavezares reforzó las defensas del fuerte y concentró en él a los españoles, haciendo llamamiento a otros capitanes que estaban en la isla. Entre ellos, el joven Juan de Salcedo acudió con un refuerzo de cincuenta españoles (y suponemos que también con aliados tagalos). Animoso y conocido por su carácter resoluto, fue nombrado por aclamación nuevo maestre de campo de las fuerzas españolas.
Los piratas volvieron a asaltar la ciudad, ésta vez en mayor número, y comenzando con una descarga de artillería desde sus buques. Una fuerza de 1.500 hombres, divididos en tres columnas, avanzaron por Manila destruyendo algunas propiedades, entre ellas una iglesia que contenía retablos y pinturas regaladas a Lavezares por Felipe II. Viendo que los españoles defendían el fuerte, se propusieron tomarlo al asalto, siendo recibidos a tiros de arcabuz y disparos de cañón. Como las defensas de aquel fuerte provisional no bastaban para mantenerles a raya, fue preciso rechazar los intentos de asalto al arma blanca. En éste empeño se destacó el alférez Sancho Ortiz, que “jugando su alabarda” mató con gran destreza a algunos de éstos piratas, antes de caer muerto por un disparo de arcabuz.
Entendiendo que la situación era insostenible, Salcedo hizo formar a sus hombres “en cuadro”, como hacían los tercios en Europa, y justo cuando las defensas estaban a punto de caer, salió del fuerte dando una carga inesperada sobre el enemigo. Tras un violento y rápido combate, los piratas, que no esperaban una resistencia tan encarnizada, comenzaron a retroceder, y finalmente huyeron desordenadamente hacia la seguridad de las embarcaciones, agolpándose en las barcas y lanchones para tratar de ganar sus naves. Como era usual en éstos casos, los españoles se dieron al degüello, matando a muchos más antes de que pudieran ponerse a salvo en sus buques.
No terminaron ahí las correrías de Ling Feng en las Filipinas, pues atacaría otras islas y se asentaría en Pangasinán, construyendo otro fuerte donde alojó a una tropa de 600 hombres. Juan de Salcedo salió de Manila con una fuerza de 250 españoles y unos 2.000 aliados tagalos, consiguiendo finalmente expulsarle de aquellas tierras en 1575. Lo hizo, sin embargo, dejando atrás a muchos de sus hombres, que finalmente fueron pasados a cuchillo.
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El ataque de Ling Feng (Limahon) a Manila en una ilustración para el libro infantil "Mi raza". En ella se representa la muerte del maestre de campo Martín de Goyti durante la primera incursión de los piratas wako al asentamiento español. |
Abordaje al “Tiger”, 1604
Navegando cerca de Japón, el buque corsario “Tiger”, al mando de Sir Edward Michelbourne, se encontró con un junco pilotado por piratas wako. En un incidente bien documentado, sobre el que se han hecho eco muchos historiadores como Stephen Turnbull, los ingleses invitaron primeramente a los piratas a subirse a su buque, creyendo que querían comerciar.
Poco a poco, fueron subiendo más piratas al “Tiger”, fingiendo que querían, efectivamente, comerciar. Cuando sintieron que eran los suficientes para acometer el asalto, comenzaron a atacar a los marineros ingleses, hiriendo y matando a varios de ellos a golpe de katana.
Finalmente, haciendo buen uso de las medias picas que solían embarcarse para repeler o realizar los abordajes, los ingleses consiguieron empujar a los asaltantes hasta uno de los camarotes del buque, girando luego sus cañones de 32 libras para disparar sobre ellos. Murieron todos, y sir Edward comentó que “Sus piernas, brazos y cuerpos estaban destrozados, de tal manera que fue bizarro ver como los cañonazos los habían masacrado”.
Destrucción del “Nossa Senhora de Graça”, 1609
Un nuevo enfrentamiento entre portugueses y japoneses en el entorno de Nagasaki. Andrea Pessoa, antiguo gobernador portugués en Macao, había recalado con su carraca, la “Nuestra Señora de Gracia” en la bahía de Nagasaki. Enterado de su presencia, el gobierno de Tokugawa Ieyasu quiso tomarse la revancha por la muerte de unos marineros japoneses en Macao, unos meses antes, por orden de Pessoa.
Se produjo un primer ataque, en el que 1.200 japoneses trataron de abordar y tomar la carraca. Sin embargo, tan confiados estaban de la victoria que gritaron antes del abordaje, provocando que los portugueses reaccionaran rápidamente cortando los arpeos y dando al traste con el asalto.
Durante tres noches consecutivas, los japoneses tratarían de capturar la “Nuestra Señora de Gracia”, sin éxito. Para el último ataque, montarían en dos de sus naves una estructura del tipo de una torre de asedio, tan alta como el palo mayor de la carraca, contratando una fuerza adicional de 1.800 samurai y ashigaru. Se produjeron varios abordajes, pero los portugueses fueron capaces de rechazarlos. Fue en éstos asaltos en los que se dijo que Pessoa, espada en mano, mató personalmente a dos guerreros samurai.
Finalmente, el fuego destruiría la carraca. Un accidente provocado por el disparo de un arcabucero japonés, hizo estallar una granada cerca del palo de mesana, que comenzó a arder violentamente. El fuego se propagó al resto de la nave, y los portugueses saltaron por la borda, tratando de salvar sus vidas. Pessoa, que prefería perder la vida y la nave antes de ver ambas capturadas en manos de los japoneses, prendió fuego a la santabárbara de la carraca, que saltó finalmente por los aires.
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La isla artificial de Dejima fue, desde 1641 a 1853, el único lugar de intercambio entre Japón y Occidente, a través de los holandeses. |
Cagayán en su contexto
Así pues, se arroja un poco de luz sobre los sucesos de Cagayán. No fueron el único encuentro armado entre occidentales y orientales a finales del siglo XVI y principios del XVII, aún en el caso de los españoles. Japoneses y piratas wako se enfrentaron a portugueses e ingleses en ésta misma época, antes de que se estableciera definitivamente el sistema de puerto único, (que pasaría a ser, tras la política del Sakoku, la famosa isla de Dejima, con el consiguiente monopolio de intercambios con los holandeses), la prohibición para los occidentales de llevar armas una vez pisaran las islas de Japón, y se terminara con el periodo de expansión militar de Toyotomi Hideyoshi con las malogradas invasiones japonesas a Corea.
Tras éstos ataques, la política aislacionista de Japón introdujo el nuevo concepto de los "buques de sello rojo", mercaderes autorizados por el shogún para intercambios con puertos asiáticos. Ésta política provocaría, en sus primeras décadas, un último enfrentamiento con los españoles en Ayutthaya, un importante puerto tailandés. Hablaremos de éste último choque en otra entrada de éste blog.
¿Por qué se producían éstos enfrentamientos? Al parecer, ésta fase expansiva de los japoneses, que culminaría con la instauración de esa política de aislamiento, se plasmaba también en la contratación de fuerzas de piratas wako para atacar y someter a tributo las costas de regiones limítrofes ricas, entre las que se contaban las Filipinas españolas. Tanto es así que los japoneses conocían en ésta época a los occidentales como “Nanban”, que significa “los bárbaros del sur”. Al sur quedaban las Filipinas, y era en ellas donde comenzaría a crearse un sistema de intercambio comercial entre la Asia y Europa, a través del galeón de Manila y las flotas de Indias. Un comercio que llevó a la guerra entre portugueses y españoles por el control de las islas de las especias, conflicto que posteriormente se extendería a los holandeses, una vez unidas ambas coronas (la portuguesa y la española) y sus intereses.
Pero eso es otra historia, que también merecería ser contada en detalle.