Augusto
Ferrer-Dalmau inmortaliza para el libro del periodista Carlos Molero,
"Estampas de la caballería española", a una de las
unidades de caballería más singulares y exitosas del imperio
español: los Dragones de Cuera.
A
finales del siglo XVIII, la frontera norte del virreinato de la Nueva
España la conformaba una red de pequeñas plazas fuertes, los
presidios, que protegían asentamientos dispersos de colonos blancos
y tribus indias locales, a los que se sumaban los refugiados del
impetuoso empuje de los belicosos comanches. Era una frontera extensa
y dura de territorio desértico, que se expandía a través de más
dos mil kilómetros desde Nueva Orleans a Tucson, protegiendo de ésta
manera el flanco noroeste del disputado territorio de la Luisiana, y
con él el famoso Camino de Tierra Adentro, que conectaba Florida con
Texas.
Las
puntas de lanza de éste dispositivo, que eran también los
asentamientos más poblados, eran Santa Fé y San Antonio de Béjar,
poblaciones que se harían famosas durante la expansión
estadounidense hacia el Oeste y la independencia del estado de la
estrella solitaria, tras la famosa expedición de Antonio López de
Santa Anna y la defensa de la antigua misión española de El Álamo.
Para
proteger un territorio inclemente y de una extensión apabullante, se
contaba principalmente con una tropa especialista de aspecto y
armamento arcaico, que sin embargo demostró ser uno de los cuerpos
más versátiles y temibles de los extensos territorios en las
postrimerías del imperio del rey de España: los dragones de cuera.
Operando
usualmente en pequeñas unidades de castigo de doce jinetes, los
dragones tenían como base los presidios, cuya guarnición la
componían un capitán, un teniente, un alférez, un sargento, dos
cabos, capellán y en torno a cuarenta soldados (que siempre
resultaban ser menos), a los que se les asignaba un número variable
de rastreadores indios de las tribus aliadas, que acudían a éste
territorio en busca de la protección de los españoles.
El
uniforme quedó fijado por una ordenanza de 1722: "El
vestuario de los soldados de presidio ha de ser uniforme en todos, y
constará de una chupa corta de tripe, o paño azul, con una pequeña
vuelta y collarín encarnado, calzón de tripe azul, capa de paño
del mismo color, cartuchera, cuera y bandolera de gamuza, en la forma
que actualmente las usan, y en la bandolera bordado el nombre del
presidio, para que se distingan unos de otros, corbatín negro,
sobrero, zapatos y botines."
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Su
armamento era dispar, y podía parecer anticuado, pero estaba
perfectamente adaptado a la naturaleza de los combates contra los
indios de las praderas: espada, lanza, carabina o escopeta y dos
pistolas. Se protegían con la famosa cuera, de la que venía el
nombre de la unidad, que era un chaleco o chaqueta corta formada por
varias capas de cuero (hasta siete), y que tan útil resultaba para
detener los flechazos de los indios. Llevaban, además, un escudo con
las armas del rey, que solía ser una adarga de cuero en forma de
ocho (recordemos que de tradición nazarí) o una rodela redonda,
perfectas ambas para detener las flechas e incluso los disparos desde
larga distancia.
Nunca
pasaron de mil, y solían ser, en el conjunto de la red de 44
presidios de 1790, no más de 600 hombres. Controlaban extensos
territorios, por lo que cada jinete debía disponer de hasta seis
caballos de refresco y una mula para los pertrechos. Su misión,
desde las primeras décadas del siglo XVIII, había sido la de
enfrentarse a los belicosos comanches, que habían cruzado las
Rocosas en busca de nuevos territorios, equipados con las armas de
fuego que intercambiaban por caballos, haciendo la guerra a las
tribus locales, a las que derrotaron a mediados de siglo en la
Batalla del Cerro del Fiero, asentándose en una zona limítrofe con
el sistema defensivo español, que se conocería como la Comanchería.
Desde
la Comanchería, los jinetes de las praderas atacaban los ranchos y
asentamientos españoles, dejando siempre algún muerto o
secuestrando a las mujeres. Los mandos militares respondían a éstos
ataques con veloces incursiones de los dragones de cuera, primero
para provocar su retirada de nuevo hacia la Comanchería, y cuando
los ataques se volvieron más cruentos, para matar al mayor número
posible de comanches. Se trataba de operaciones de castigo, donde lo
importante era dejar claro que los españoles tomarían represalias
por cualquier incursión que se hiciera en su territorio.
El
desafío de los comanches provocó varias expediciones de castigo por
parte de los españoles, como las de Pedro de Villasur en 1720. A
partir de 1745, los ataques de los comanches se volvieron más
frecuentes. Equipados ahora con armas de fuego, se convirtieron en la
pesadilla de las tribus locales, y en un quebradero de cabeza para
las autoridades coloniales.
En
la década de 1770 surgió entre los comanches un líder guerrero
carismático, Tabivo Naritgant, más conocido como Cuerno Verde. Sus
ataques fueron inusualmente sangrientos, y provocaron la mayor
ofensiva de los soldados presidiales durante toda su historia. La
capiteanaba el victorioso gobernador de Nuevo Méjico, don Juan
Baustita de Anza, y la formaba una fuerza de seis cientos hombres,
mezcla de milicianos, aliados indios e infantería de la guarnición
de Santa Fé. Pero el peso del combate recaería sobre los ciento
cincuenta dragones de cuera que se opinaba la tropa de élite de
aquella expedición.
Tras
varias escaramuzas, alguna de ellas tan impresionante como un combate
a la carrera durante más de cuatro mil kilómetros en persecución
de los comanches, el combate decisivo se libró el 3 de septiembre de
1779, cuando los hombres de Anza emboscaron a los guerreros más
fieles a Cuerno Verde, que plantearon una última defensa. El jefe
indio cayó en combate, y su curioso tocado fue enviado como trofeo
al rey de España, que posteriormente lo regaló al Papa, estando hoy
depositado en los Museos Vaticanos.
Los
dragones de cuera cumplieron bien su cometido. La frontera norte
quedó en paz tras ésta victoria y la firma de paces que le siguió,
y durante las décadas restantes hasta la independencia de México,
las incursiones indias se detuvieron.
David Nievas Muñoz
Licenciado en Historia
por la Universidad de Granada
Máster
en la Monarquía Católica, el Siglo de Oro Español y la Europa
Barroca
Asesor histórico de Augusto Ferrer-Dalmau
Asesor histórico de Augusto Ferrer-Dalmau
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