Contexto
Corría el año 1519. En
Castilla, el bando comunero reclutaba tropas y recaudaba fondos, en
lucha abierta contra los partidarios del rey desde hacía ya más de
cuatro meses. El joven rey Carlos se había aprestado a viajar hacia
Alemania tras conocer la noticia de su elección como Rey de Romanos.
Al otro lado de la Mar Océana, un rebelde llamado Hernán Cortés
marchaba al encuentro del emperador Moctezuma y hacia su capital,
Tenochtitlán. No marchaba solo. Tras él, una heterogénea fuerza
por quinientos aventureros sujetos a sus propias ordenanzas, los
llamados conquistadores. Pero los soldados españoles, gente ávida
de fortuna, no eran los únicos componentes de aquel ejército.
Interpretar la Conquista
de México, episodio controvertido y fascinante a partes iguales,
desde la óptica de una lucha de los unos (españoles) contra los
otros (indios), es un error. La Triple Alianza tenía muchos enemigos
aún entre sus naciones tributarias. El más grande de dichos
enemigos era la Confederación Tlaxcalteca. En Tlaxcala encontró
Cortés un socio capaz, un aliado que se mantuvo firme aún en los
peores momentos.
Antes de marchar hacia
Tenochtitlán, el extremeño contentó a sus aliados, saldando viejas
cuentas de éstos para con la vecina Cholula. Argumentando la
preparación de una trampa, no sabemos si real o fingida, la gran
ciudad fue saqueada durante seis días, su templo mayor incendiado y
cinco mil de sus habitantes pasados a cuchillo. El ejército acampó
en ella durante dos semanas, y se envió a Pedro de Alvarado para
explorar el camino que debía llevarles hacia la capital. Les
esperaba “el Paso de Cortés”, a cuatro mil metros de
altura entre los volcanes Popocatépetl e Iztaccíhuatl. En torno al
treinta de octubre salieron de Cholula con dirección a Huejotzingo.
Cruzaron, para ello, el río Actipan.
Detalle de los jinetes |
La obra
Casi quinientos años
después, el afamado pintor español Augusto Ferrer-Dalmau Nieto
recibe el encargo de crear un lienzo sobre la Conquista de México.
El proyecto es ambicioso: una panorámica de la hueste de Cortés
durante el cruce de un río. La intención del pintor, como suele,
era la de reflejar del modo más fidedigno posible la escena, como si
de una fotografía se tratara. A tal efecto, Ferrer-Dalmau y quien
éstas líneas escribe, trabajamos mano a mano para que ésta pintura
cumpliera, en la medida de lo posible, dicho objetivo.
Mucho se ha escrito,
dibujado o pintado sobre la Conquista de México. Ésta pintura no
quiere ser “rompedora”, en el sentido de reflejar aspectos
desconocidos o inéditos de éste proceso, si no más bien acercar al
gran público las conclusiones de los últimos estudios y obras
especializadas que relativas a éste acontecimiento han aparecido
desde la perspectiva de la historia militar.
Lejos de la visión
decimonónica del conquistador arquetípico, provisto de colorido
gregüescos, morrión de cresta y armas a la usanza de décadas
posteriores (como la guarnición de cazoleta, que no aparece hasta la
década de 1630), un análisis más cercano a las fuentes artísticas
y documentales del periodo nos presenta una estampa muy diferente.
Así, basándonos en testimonios contemporáneos como los dibujos de
Christoph Weiditz o al siempre elocuente arte sacro, el conquistador
castellano vestiría con una mezcla de elementos que estribarían
entre la sobria moda castellana de principios del siglo XVI a la
influencia de la moda militar italiana y, sobre todo, alemana.
El cuadro, mediante una
serie de elementos clave, nos ofrece una instantánea de como podían
haber sido las huestes de Cortés. Guía al conjunto un guerrero
tlaxcalteca, en calidad de aliado, vistiendo su escaupil y empuñando
su “maquahuitl”, la temible espada de madera con lascas de
afilada obdisiana. Detrás de él, los jinetes, que tan importantes
fueron en las batallas libradas en suelo mexicano, armados con
espadas, adargas, celadas, petos milaneses y lanzas ligeras a modo de
venablo, con las que poder reñir “a la jineta”, estilo de
monta ágil aprendido de los nazaríes.
Arcabuceros y
ballesteros, más desconocidos pero numerosos, tuvieron gran
importancia en aquella conquista. Su número, empero, distaba mucho
de convertirlos en un factor decisivo. Trece arcabuceros manejando
versiones primitivas del arma de fuego portátil que ya triunfaba en
los campos de batalla europeos. La estampida del arcabuz y el cañón,
comparada por los guerreros mesoamericanos con el trueno, constituía
una gran baza en lo psicológico, pero la puntería de los treinta y
dos ballesteros de Cortés sería, sin embargo, más decisiva. Los
humildes lanceros y rodeleros formaban el núcleo de la tropa,
sólidos y disciplinados. Su mayor ventaja, aparte de las armas y
armaduras de acero, era la táctica. Llevaron a sus enemigos un tipo
de guerra al que no estaban acostumbrados, la del poder
defensivo/ofensivo de las formaciones cerradas de picas y arcabuces,
que ejemplificaban el proceso coetáneo de revolución militar en
Europa, de la que nos hablara Geoffrey Parker.
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La hueste no la formaban
solo los soldados. Con ellos, y no menos importantes, iban los
civiles. Los caciques totonacas y tlaxcaltecas habían dado a Cortés
miles de porteadores. El “tameme” mesoamericano podía
cargar un promedio de veintitrés kilos en su espalda, en largas
jornadas donde podían cubrirse hasta veinticinco kilómetros
diarios. Su monumental esfuerzo fue esencial. Ellos cargaban con los
cañones, las vituallas, municiones e impedimenta. Junto a ellos, las
mujeres que acompañaban a la tropa, en calidad de sirvientas, que
realizaban tareas vitales para el día a día. A todas ella
ejemplifica la silenciosa mujer tlaxcalteca que acompaña, cargada
con su petate, a las tropas en el centro de la composición.
Herreros, carpinteros, médicos y sacerdotes acompañaron también a
Cortés. El que aparece en ésta obra es Bartolomé de Olmedo (bajo
el rostro de éste autor), del hábito de la Merced, consejero del
extremeño y, en ocasiones, su representante en negociaciones y
misiones diplomáticas.
Todos éstos y muchos
otros elementos conforman “El camino a Tenochtitlán”.
Dejando atrás la maltrecha Cholula, juntos bajo una misma bandera
marcharán, en adelante, tlaxcaltecas y castellanos, dando fe de que
el proceso de conquista y colonización fue mucho más complejo, en
lo político y material, de lo que se pudiera pensar.
David Nievas Muñoz
Licenciado en Historia
por la Universidad de Granada
Máster en la Monarquía
Católica, el Siglo de Oro Español y la Europa Barroca
El amigo Lopez Obrador deberia leerse esto antes de decir las barbaridades que dijo sobre la "conquista" Que lo unico que provocan es deshermanamiento entre dos culturas que se mezclaron hace mas de 5 siglos
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